El karma repetido de los funcionarios locos por el fútbol

Como si la Argentina no tuviera dificultades suficientes. La noticia de estas horas dice que el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, y el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, participan de una pulseada para presidir al club Independiente. La participación de dirigentes importantes de la Argentina en las ásperas batallas del fútbol local no son novedad: el senador Aníbal Fernández es presidente del club Quilmes; el vicegobernador bonaerense, Gabriel Mariotto, vive pendiente de los vaivenes del club Banfield, y el presidenciable Sergio Massa controla de cerca las vicisitudes del club Tigre. El cuadro no puede obviar los antecedentes de Mauricio Macri, quien presidió Boca Juniors durante una década y hoy tiene allí a Daniel Angelici, empresario de su confianza. Ni tampoco a Néstor Kirchner, quien siendo presidente se preocupó por conseguirle sponsors a Racing Club y hasta le regaló televisores a los jugadores cuando lo salvaron de ir al descenso.

No hay pecado en que los funcionarios sigan y sufran a los clubes de fútbol de sus amores. El problema surge cuando la gestión en el Estado se mezcla para mal con el protagonismo en el deporte más popular, más polémico y más sospechado de la Argentina.

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