El largo silencio de Rodríguez Larreta

El 30 de diciembre del 2004 fue uno de los días más tristes del período democrático. Cerca de 200 jóvenes murieron calcinados en una trampa mortal llamada Cromagnon. Mientras la sociedad recibía estremecida el nuevo año, sus líderes se mantenían ocultos, sin decir una palabra. El silencio de Néstor Kirchner frente a ese drama fue un dato que quedó registrado, para siempre en la memoria colectiva. Poco más de ocho años después, Cristina Fernández repitió ese rasgo de crueldad cuando se escondió frente a la tragedia de Once. A diferencia de lo ocurrido en Cromagnon, su Gobierno tenía responsabilidad directa en lo ocurrido. Pero ella también desapareció durante días. Esta semana, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, reaccionó con idéntica sensibilidad. Cinco jóvenes murieron en una nueva trampa, en cuya construcción, como se verá, participó al menos un sector de su Gobierno. Rodríguez Larreta estaba en el exterior: durante ocho días no volvió, no envió un pésame, no explicó nada por teléfono. Nadie explicó aún esa ausencia, ese silencio, tan parecidos a los de Néstor y Cristina. Una comparación entre los tres casos quizá sea útil para percibir la permanencia de una cultura política que se burla de la profundidad de la grieta y salta a ambos costados de la misma.

Cromagnon quedó grabado en la memoria no solo por las imágenes desgarradoras que produjo, por ese dolor interminable, sino porque cambió para siempre la política argentina. Por primera vez, un jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra, fue destituido por su responsabilidad política en el hecho. La figura de Jorge Bergoglio emergió de allí con una luz propia porque, a diferencia de Kirchner e Ibarra, estuvo al lado de las víctimas en el peor momento y luego en su largo peregrinar por la Justicia. Tal vez Mauricio Macri no sería Presidente si no hubiera ocurrido esa tragedia, ya que su arribo al gobierno de la Ciudad fue facilitado por la caída de Ibarra. Pero lo central de la historia siempre fue la descripción del cóctel que llevó a la muerte: la codicia empresaria que incluía el doble de los asistentes permitidos en un boliche, achicaba costos, pagaba coimas, y el Gobierno y la policía que miraban para otro lado, pese a las advertencias escritas sobre lo que estaba ocurriendo.

Ese antecedente transformó en mucho más grave a la tragedia de Once. Durante años, la televisión mostró la manera peligrosísima en que viajaban cada día decenas de miles de trabajadores. El riesgo era tan evidente que se amontonaban advertencias escritas de organismos oficiales como la Auditoría General de la Nación o la Comisión Nacional de Transporte. Al menos dos veces por año, los usuarios explotaban de bronca por el peligro y el mal trato. Varias personas habían muerto antes en accidentes menores y evitables. Mientras tanto, una alianza entre empresarios y funcionarios de altísimo nivel no reparaban en lo que ocurría y seguían robando.

Esas diferencias permiten entender por qué las sanciones penales contra funcionarios fueron menores en Cromagnon que en Once, y por eso Julio De Vido, si no se escuda en el vergonzoso privilegio de los fueros, deberá ir a juicio oral por la tragedia. En Cromagnon, el Estado fue culpable por mirar para otro lado. En Once, el Gobierno fue el que armó y mantuvo la trampa criminal.

El discurso político puede servir para tapar, en un breve período de tiempo, cualquier escándalo. Pero será difícil sostener que lo ocurrido en Time Warp no guarda semejanzas con Once y Cromagnon, al menos en la actitud de los empresarios y el Estado. Curiosamente, quien lo dijo fue el fiscal Federico Delgado, el primer funcionario judicial que investigó la tragedia de Once y acusó por ella al gobierno de Cristina Kirchner, igual que ahora apunta contra el gobierno de la Ciudad. En Time Warp entraban 10 mil asistentes, pero el día de las muertes había más de veinte mil. Los funcionarios del gobierno porteño mintieron sobre la cifra real, que fue revelada por los primeros pasos de la investigación judicial. Las fuerzas de seguridad del gobierno nacional intentaron derivar la causa hacia la justicia ordinaria, ocultando o, al menos, omitiendo la existencia de drogas en el lugar. Pero, lo central del hecho, es que desde hace mucho tiempo, era vox populi que en esas fiestas, cuatro noches por semana, miles de jóvenes se reunían a consumir pastillas. Bastaba preguntar por los hospitales y los funcionarios hubieran recibido una alerta de los toxicólogos. ¿No preguntaron? ¿O sabían y miraron para otro lado? Si es así, ¿por qué lo hicieron?

Hay varios elementos que diferencian a Time Warp de Cromagnon y Once. El primero de ellos, claro, es la cantidad de víctimas, lo que genera impactos sociales de diversa magnitud. El segundo es que, a diferencia de los otros dos casos, en estos las víctimas tienen responsabilidad en lo que ocurrió porque consumieron las pastillas mortales: eso tal vez evite la conformación de un movimiento de familiares pidiendo Justicia, porque se expondrían a un reclamo por la conducta de sus propios hijos. La tercera diferencia es más inquietante: Time Warp sugiere la existencia de sectores tolerantes o cómplices con el tráfico de drogas tanto en el gobierno porteño como en Prefectura, la fuerza que, al menos en los primeros días, fue defendida por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich.

Para expresarlo claramente: durante años, varias veces por semana, miles de jóvenes se juntaban a tomar droga en boliches atestados, mientras el Estado, en este caso, conducido por el PRO, dejaba hacer sin problemas. Al producirse la tragedia, el jefe de ese Estado prefiere dejar pasar el tiempo sin aparecer para amortiguar los costos políticos. Es difícil no ver en esta parábola la continuidad de una cultura.

Las primeras respuestas del Estado no pudieron ser peores. Aunque luego retrocedió y descabezó al sector de Prefectura que debería luchar contra el narcotráfico, en los primeros días, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich respaldó a la fuerza. La vicepresidente Gabriela Michetti, en una declaración antológica, explicó que no se pueden incautar pastillas porque son muy pequeñitas. ¿Y si fueran cinco mil? ¿No hacen bulto?. El vicejefe de Gobierno, Diego Santilli, aclaró que todo estaba perfecto, que no se había producido ninguna irregularidad. Mientras, se informaba un número falso de asistentes, se escondían bolsas con droga y se intentaban ocultar pruebas. Varios funcionarios explicaron que la principal responsabilidad es de los padres. Basta comparar la magnitud de la campaña para separar basura con las de prevención del consumo de pastillas para percibir que en eso también fallaron.

La comparación entre estos episodios permite además preguntarse sobre comportamientos sociales que exceden a la estructura política. Durante los últimos doce años, un número muy significativo de dirigentes de derechos humanos, artistas, periodistas e intelectuales abandonaron a las víctimas a su suerte: no hubo canciones ni consignas ni marchas para ellas. Obnuvilados por un supuesto paraíso que los seducía desde la Casa Rosada, decidieron que su rol era defender odo lo que hiciera su líder lo que fuera, agredir a quienes señalaban los evidentes abusos o, en el mejor de los casos, callar. Visibilizar las tragedias era, para ellos, un gesto de oportunismo. Usan a los muertos, decían. Eso cambió de la noche a la mañana el día que asumió Macri: en horas descubrieron el desempleo, la inflación, la corrupción y hasta el gatillo fácil. Luego de mucho años de silencio, por ejemplo, Fito Páez subió a un escenario a niños víctimas de disparos de las fuerzas de seguridad.

Ahora se corre el riesgo de que desde otro sector social, se produzca el mismo fenómeno: que quienes denunciaban la crueldad y la complicidad del kirchnerismo con aquellas tragedias, prefieran silenciar el compromiso de sectores representativos del macrismo, en este caso, con la rapiña empresaria y, peor aún, con la distribución de drogas en la noche porteña. Es demasiado visible que, en el mundo PRO, hay empresarios que logran concesiones escandalosas en Costa Salguero, otros muchos que arman compañías off shore, dirigentes de fútbol que descuentan cheques y conviven amablemente con las barras bravas, socios en el hipódromo de Cristóbal López, financistas que aprovechan el negociado del dólar futuro que denuncia su mismo espacio político, amigos y familiares que recibían obra pública de Julio De Vido, con todo lo que ello significa. Es probable que las incesantes revelaciones sobre la obscena corrupción kirchnerista insensibilice para mirar en otras direcciones. Su dimensión y su anecdotario es realmente impresionante. Pero eso no quiere decir que las cosas terminen en los límites del kirchnerismo. La tragedia de Time Warp es una advertencia muy clara en ese sentido.

A decir verdad, si uno mira todo este panorama, se comprende por qué Rodríguez Larreta priorizó su iniciativa de reclutar grandes talentos argentinos en Harvard.

Temas relacionados
Noticias de tu interés