Macri, la transición y el peronismo

El peronismo cree que está predestinado para gobernar y considera al ejercicio de la oposición un poder minusválido. La primera minoría en Diputados y la amplia mayoría en el Senado, serán plataformas institucionales que el justicialismo usará para reconstruir poder y buscar un rápido regreso al gobierno en 2019. No importa si las propuestas son liberales o populistas, se trata de curar heridas, designar un nuevo líder y lanzar una propuesta política que seduzca a las mayorías. El general Perón enseñó que se puede conducir desde Madrid o la Casa Rosada.

Ante semejante determinismo histórico, Mauricio Macri debe apelar al discurso ético y moderno que lo transformó en Presidente: el gobierno es para la gente y el poder debe servir para lograr la felicidad de todos, una pretensión democrática que Cristina Kirchner mutó en un coto de caza para familiares, amigos y funcionarios.

Será la primera vez que una coalición política (Cambiemos) administre simultáneamente a la Casa Rosada, al gobierno bonaerense y a la ciudad de Buenos Aires por decisión popular. Y también es inédito que ese mecanismo institucional no pertenezca totalmente a los ejecutores del poder en los últimos cien años (militares, radicales y peronistas).

Macri tiene una oportunidad histórica que abre a la institucionalidad argentina un escenario político que puede terminar con el peronismo como protagonista hegemónico del país. MM puede establecer un nuevo equilibrio de poder partidario que ubique al justicialismo como una oposición democrática muy alejada de los vicios que exhibió desde el 17 de octubre de 1945.

No se trata de eliminar un resorte político que defienda a los trabajadores, pero el ballottage demostró que la sociedad argentina está harta de la manipulación que hace el justicialismo de su presunta capacidad para representar a los trabajadores. Si CFK, La Cámpora y su oscuro populismo hubieran gobernado para satisfacer las necesidades de la clase obrera, en doce años de mandato hubieran achicado los índices de pobreza, marginalidad y desempleo.

Con la gente adelante, Macri puede encarar las promesas de su campaña electoral. El peronismo entiende esa dinámica de poder y aceptará los proyectos institucionales y económicos que proponga el Presidente al Congreso. MM debe movilizar, exhibir su espíritu conciliador y evitar la confrontación política.

El justicialismo busca un nuevo líder, y ese líder debe optar por dos recetas diferentes: negocia y busca un nuevo justicialismo, o se pinta la cara y estresa al sistema democrático. Si Macri presenta puntos de contacto, Juan Manuel Urtubey o Sergio Massa buscarán la cohabitación para crecer y liderar la oposición. En cambio, si pierde el centro y confronta, Máximo Kirchner y La Cámpora ejecutarán una revancha política que las urnas negaron en el ballottage.

Daniel Scioli perdió por su pertenencia a un proyecto agotado. Macri representa un cambio político que aún no tiene su correlato en Diputados y el Senado, dos escenarios que aguardan su momento para recuperar un ejercicio de poder que tomó CFK por la fuerza. Esta situación anómala beneficia al Presidente electo, que necesita de acuerdos parlamentarios para diseñar su gestión de gobierno. MM no desea usar Decretos de Necesidad de Urgencia, pero a cambio exigirá acuerdos políticos que le permitan cumplir con sus promesas electorales. Y esos acuerdos se cierran con el peronismo, que hace catorce años (Puerta, Camaño, Rodríguez Saá, Duhalde, Kirchner y Fernández de Kirchner) que no son oposición política.

Es verdad que estamos en un cambio de época. Esto significa que la sociedad ya no quiere que haya eternas cadenas nacionales, alianzas diplomáticas con oscuros regímenes de América Latina y Medio Oriente, millones de dólares evaporados en la gestión pública, vendedores de cubiertas en posiciones judiciales, exministros de vacaciones por Europa, familiares con riquezas imposibles de justificar y espías que eran ñoquis en Tecnópolis.

Macri tiene un mandato popular, y una oportunidad sin antecedentes históricos. MM ganó por la gente y sus asignaturas pendientes. Por eso no debe olvidar sus promesas electorales y su emotivo discurso cuando festejó la victoria en el balotaje.

Si lo hace, su experiencia presidencial será efímera y traumática.

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