Una Presidenta sin opciones

Un jefe de Estado debe asegurarse siempre el mayor número de opciones posibles a la hora de enfrentar un conflicto. Se dirá siempre al final que se escogió la correcta, lo supiera o no. Lo enseñan los manuales de política desde hace cinco siglos. Esa lógica se aplica de forma implacable en el actual momento del Gobierno. Frente a una realidad cada día más compleja, la Presidenta ha ido cerrando su número de opciones hasta llegar a contar tan solo con una. Escalar el conflicto era, como se podía prever, la única posibilidad. Nada puede asegurar que tendrá éxito.


La Presidenta denunció ayer que quieren derrocarla. Nunca antes un presidente de apellido Kirchner se había atrevido a llegar tan lejos. Responsabilizó a empresarios, productores y banqueros locales y al gobierno de los Estados Unidos de querer "voltear" a su gobierno; se preguntó si quieren llevarla a prisión en un próximo viaje a Nueva York e insinuó incluso que podría ser víctima de un magnicidio provocado por esas misma manos. "Si me pasa algo, que nadie mire hacia el Oriente, miren hacia el Norte", advirtió por las amenazas que, ella misma denunció, recibió de parte del grupo Estado Islámico.


Tal vez la predicción más verosímil fue la aplicación de sanciones contra la Argentina, que la Presidenta ubicó en las próximas semanas. En los mercados se hablaba de eso ayer.


El informe de la embajada de los Estados Unidos con advertencias a su ciudadanos sobre la inseguridad en la Argentina no podría haber sido pensado para un peor momento.


Es habitual que el Departamento de Estado haga advertencias a sus ciudadanos en todo el mundo. Hay mayor sensibilidad en momentos en que Estados Unidos libra una guerra en Irak que, como se ha visto, disgusta a la Presidenta. En este caso, las sugerencias a los norteamericanos están vinculadas al crecimiento del delito en las calles de nuestro país incluso en las que rodean a la propia legación diplomática y no son más que un compendio de recomendaciones que cualquiera argentino le haría a su hijo. Desde la embajada trascendió que el informe es de rutina, y es posible.

Pero no hay duda que fue inoportuno. Algunos dirigentes dicen que la embajada extraña a un embajador ("difícilmente lo tengamos antes de diciembre de 2015", dijo ayer un hombre que conoce la diplomacia). La relación con Estados Unidos también extraña a otros funcionarios del departamento de Estado que sabían tratar con Néstor Kirchner. Después de años de una relación reducida apenas a esperar el futuro, allí parece también mandar la confusión.


La Presidenta no lo sabe a ciencia cierta. Pero bajo un sistema de análisis rudimentario, en el que todo tiene que ver con todo, la nota de la embajada, la declaración de desacato de la Argentina, la caída en la producción automotriz, el refugio en el dólar y la demorada liquidación de la cosecha de soja no son resultado de malas políticas. Son las piezas dispersas de una conspiración.


Cristina Kirchner reclamó ayer al mundo que deje pagar a la Argentina sus compromisos, pero según sus propias reglas (que son las de su gobierno de mayorías parlamentarias) y acusó a ese mismo mundo de querer "tirar abajo" la restructuración de la deuda soberana "para que volvamos a deber miles de millones de dólares". La Presidenta llamó ayer "basura" a los materiales que publican los diarios. "Senil" al juez de Nueva York Thomas Griesa. "Idiotas", a los productores agropecuarios. "Provocador y cínico" al encargado de negocios de la embajada norteamericana, al que concedió la gracia de permitirle permanecer en el país. Se vio a una mujer en el umbral de la procacidad.


En medio de sus profecías, arriesgar qué desea realmente la Presidenta para su último año de gobierno es jugar un albur. Para ella todo se ha reducido a una cuestión de fe.

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