La Presidenta, en los sumideros de la política

Con sus desbordes y sobreactuaciones, la política en materia de derechos humanos y el compromiso en la lucha contra el terrorismo figuraban hasta hace no mucho entre las escasas credenciales que se le reconocían a la Argentina en el mundo. Ya no abren ninguna puerta: hoy son papel mojado.

El edificio moral del gobierno argentino se derrumbó ayer con el desenlace estremecedor de la investigación del fiscal Alberto Nisman sobre encubrimiento en el caso AMIA, que alcanzó al vértice mismo del poder político en la Argentina.

Nisman no investigaba facturas apócrifas ni cuartos de hoteles vacíos en El Calafate. Descubrió a la Presidenta envuelta en una trama de complicidades para desacreditar la principal línea de investigación sobre el atentado terrorista más sangriento de la historia. Desde ayer, la Presidenta aparece mezclada en los sumideros de la política.

El Gobierno buscó en la última semana ridiculizar el trabajo del fiscal muerto. La estrategia se revela hoy miserable, cuando el tono burlón cambió a luctuoso.

Designado por Kirchner, Nisman era un hombre despreciado por sectores radicalizados y venía siendo estigmatizado desde el oficialismo desde antes de que se asumiera el acuerdo con Irán. O para la época de la denuncia del periodista Pepe Eliaschev. En abril de 2011, el piquetero y comunicador Luis DElía había calificado de "parodia" la investigación de Nisman en una entrevista que le hizo en radio a Mohsen Rabbani, antiguo agregado cultural de la embajada iraní en Buenos Aires, reclamado por la justicia argentina. Fue la primera manifestación de una diplomacia paralela con Teherán de la que hablaba el fiscal. No hubo ninguna reconvención desde el Gobierno para DElía, quien según el juez de la causa AMIA, era financiado por el gobierno de Irán.

La muerte de Nisman torna hoy verosímil cualquier debilidad que hubiera presentado la investigación, incluso la que más interesaba al oficialismo, acerca de que el fiscal era instrumento de un sector dentro de los servicios de inteligencia.

Nisman había respondido a esas acusaciones. En diversas entrevistas aseguró que su investigación sobre el encubrimiento de los presuntos autores del atentado llevaba meses y que sus escuchas a uno de los sospechosos eran de hace por lo menos ocho. La versión de que ex espías habrían usado a Nisman para saldar deudas con el Gobierno por sus recientes despidos de la Secretaría de Inteligencia podría invertirse. ¿Y si el Gobierno hubiera sido alertado en diciembre sobre la silenciosa investigación de Nisman? ¿Y si el descabezamiento de la SIDE hubiera sido una jugada en busca de anticiparse a la denuncia?

El Gobierno dio por muerto hace tiempo el pacto con Irán. El canciller Timerman se lo transmitió con estas palabras al gobierno israelí durante su última visita, el año pasado, y previamente lo había hecho al presidente de la DAIA, Julio Scholosser. La Presidenta había virtualmente denunciado el acuerdo durante un mensaje ante la Asamblea General de la ONU. El Gobierno había asimilado que Irán no aceptaría que no cayeran las circulares de captura internacional contra sus ex funcionarios dictadas por Interpol y que un artículo del acuerdo inducía. El giro pro iraní, motivado por la razón que fuera y avalado por una ley del Congreso con mayoría oficialista, había fracasado.

Muchas de las decisiones que ha tomado Cristina Kirchner en los últimos años son incomprensibles. Basta con ver el escenario económico. Si es una incógnita la razón que llevó a la Presidenta a involucrarse en un pacto con el gobierno negacionista de Mahmoud Ahmadineyad, a escasos meses de su salida del poder en Irán, también lo son las del inmovilismo que sucedió a su fracaso.

El acuerdo fue declarado inconstitucional por la Justicia y hay al menos tres proyectos de ley en el Congreso que proponen desde su derogación automática hasta la activación de un juicio en ausencia a los acusados iraníes. La Presidenta fue informada por el titular de Diputados, Julián Domínguez, sobre una iniciativa para la creación de una comisión parlamentaria que investigue todo lo actuado. No hubo respuesta ante uno de los desafíos más complejos de la diplomacia argentina.

La Presidenta dispuso la desclasificación de archivos de inteligencia y fijó su posición después de largas horas de silencio. Se atrevió a dar precipitadamente por resuelto el caso: todo el Gobierno hablaba anoche de un suicidio inducido por espías malos que engañaron a Nisman, que recorrió el camino que va de la burla a la pena.

El tono afectado del mensaje presidencial no revela el verdadero estado de conmoción en el que ingresó su gobierno, a escasos meses de la salida. No habrá un final soñado, a lo Bachelet. La confusa muerte de Nisman no sólo acentúa su debilidad. Será un sino en el futuro personal de la Presidenta.

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