El retorno de la lógica K - anti K y su posible impacto electoral

La muerte del fiscal especial Natalio Alberto Nisman produjo una conmoción tal que, como era de esperar, barrió con el resto de los temas de la agenda política, mediática y social, poniendo sobre la mesa una demanda casi unívoca: la necesidad de respuestas inmediatas y veraces.
Una demanda entendible y necesaria, pero que hasta el momento fue colmada por una cantidad tal de informaciones, textos, discursos y opiniones que parecen haber opacado más que iluminado la situación.
Mientras las evaluaciones coyunturales nos otorgan cierto placebo informativo, corremos el riesgo de que queden en segundo plano tres cuestiones centrales que el caso Nisman está poniendo en evidencia y deberíamos examinar.
En primer lugar, la muerte del fiscal pareciera volver a poner en primer plano un estado de enfrentamiento social en la Argentina basado en una renovada lógica K-anti K que parecía estar perdiendo preponderancia en la agenda de cara a los comicios de este año, después de haber determinado los comportamientos sociales y electorales desde la crisis del conflicto agropecuario en adelante. El caso Nisman y sus implicancias, así como cualquier variante de su posible resolución, es evaluado por ambos lados en función de su propia óptica e intereses particulares: las cosas están bien o mal por el universo al que pertenecen y no por su valor intrínseco.
En segundo lugar, este resurgimiento potencial de la matriz K-anti K presenta desafíos políticos de cara al proceso electoral de este año. Si hasta el momento veníamos destacando que el factor cambio-continuidad parecía ser la variable central que definiría el campo simbólico de la campaña electoral y las estrategias de los candidatos, la muerte de Nisman pareciera nuevamente anclar la discusión del futuro del país en un clivaje que parecía superado.
Así, en caso de profundizarse, el eje K-anti K podría favorecer la candidatura del dirigente que los electores vean con más capacidad para derrotar al oficialismo. En esta clave, la reciente experiencia de Sergio Massa derrotando a Martín Insaurralde en las últimas elecciones podría significarle un valor agregado en un terreno en el que Mauricio Macri aparecía recortando distancias vigorosamente.
Asimismo, el análisis de un escenario político futuro debería considerar la posibilidad que el desencanto social producido por este hecho alcance una magnitud tal que tenga como consecuencia un severo castigo sobre la clase dirigente tradicional del país. De esta manera podría abrirse el camino para la consolidación de nuevas expresiones ya existentes u outsiders al sistema político. En este marco, es donde experiencias nuevas como la de Mauricio Macri u otras construcciones a nivel provincial puedan ser entendidas por la sociedad como un ensayo posible que canalice ese hartazgo.
Por otro lado, la campaña para definir al candidato del gobierno recuperaría el vigor inicial para ver quien representa más y mejor al electorado duro kirchnerista y no quien traduce más hábilmente el concepto de continuidad en el cambio. Sin embargo, el reverso de esta moneda sería la imposibilidad del oficialismo de presentar un candidato para una potencial segunda vuelta que no repitiera el patrón negativo de un gran piso pero un bajo techo electoral como Menem en el 2003.
Por último, el interrogante más problemático: las consecuencias que este hecho y la evaluación social que se haga de su posible resolución tengan en la relación de los ciudadanos con las instituciones de gobierno. Es preocupante ver el grado de escepticismo y cinismo con que los argentinos enfrentamos este tipo de acontecimientos.
El desasosiego ciudadano frente a la tragedia es entendible, en última instancia, como un modo de procesar el desamparo propio de una situación en la que ninguno de los tres poderes constitucionales tienen la legitimidad necesaria para ofrecer seguridades ni garantías. La reconstrucción sólida de esa legitimidad será sin dudas uno de los desafíos centrales del próximo ciclo político.
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