La simulación de Cristina

En septiembre de 1930, Hipólito Yrigoyen fue destituido por una asonada militar apoyada por el Ejército, la banca inglesa, dos medios editados en Buenos Aires, oligarcas bonaerenses y la anomia de algunos radicales que soñaban con volver al gobierno. Yrigoyen no desconocía que su Presidencia tenía las horas contadas y se resignó haciendo honor a su mirada ética del poder.

En septiembre de 1955, Juan Domingo Perón asumió que no tenía poder para enfrentar a los conspiradores de la futura Revolución Libertadora y escapó al Paraguay en una avioneta enviada por Alfredo Stroessner. El General tenía toda la información y no fue sorprendido por los golpistas apoyados por los partidos opositores, la Iglesia Católica, ciertos medios de comunicación y la mayoría de los oficiales de las Fuerzas Armadas.

En marzo de 1962, Arturo Frondizi cayó por una conspiración avalada por Perón, la Casa Blanca, un puñado de radicales conservadores y los comandantes más reaccionarios de las Fuerzas Armadas. Frondizi sabía que estaba perdido y se resignó a su suerte cuando sonó la marcha militar que preludió su fracaso político.

En junio de 1966, Arturo Illia fue derrocado por un golpe liderado por Juan Carlos Onganía y apoyado por Perón, la Iglesia Católica, la cúpula de las Fuerzas Armadas, diarios conservadores, revistas de elite, el establishment empresarial y la Embajada de Estados Unidos. Illia conocía a los conspiradores, pero no pudo enfrentar un movimiento ilegal apoyado por una revista que editó Jacobo Timerman, padre del actual canciller kirchnerista.

En marzo de 1976, María Estela Martínez de Perón fue derrocada por las Fuerzas Armadas, los diarios más influyentes del país, la Iglesia Católica, la Embajada de Estados Unidos, los banqueros, los empresarios y la opinión pública. Isabelita creyó en la palabra de Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, por eso se sorprendió cuando fue capturada en el helicóptero que usaba para llegar a Olivos. Pero sus ministros, secretarios y alcahuetes ya sabían que la Hora de la Espada había sonado, y nada podía salvar los restos de un proceso político que inició Héctor Cámpora por orden del general Perón.

Esta historia oscura y tenebrosa dejó enseñanzas que Cristina Fernández debería aplicar cuando escribe sus largas cartas en Facebook. Todos los protagonistas poderosos de la Argentina aprendieron que el Golpe de Estado ya no es una variable para cambiar la agenda institucional de una Presidencia que agoniza por errores políticos y la corrupción de sus principales representantes.

CFK debe estar tranquila: todos queremos que termine el 10 de diciembre de 2015 y no hay un solo despacho importante del país que planifique su salida anticipada de Balcarce 50. Esta información no es un secreto de Estado, y si duda de las noticias que publican los periodistas, alcanza con que cite al secretario Oscar Parrilli y al general César Milani para confirmar una data que aparece en todas las escuchas ilegales que hace la Secretaria de Inteligencia y el Ejército.

Nadie conspira contra la Presidencia de la Nación, CFK fabrica una argucia política para entretener a la militancia y mimetizar las noticias que refieren al caso Nisman, la confirmación del procesamiento contra Amado Boudou, las consecuencias políticas de la marcha del 18 F, el aislamiento internacional del gobierno y las vinculaciones de Máximo Kirchner con una causa abierta a Lázaro Baéz. Cristina busca una victimización política, necesita alimentar un relato épico que esconda su fracaso en el poder. Para CFK es más fácil crear un Partido Judicial y denunciar una presunta conspiración mediática, que poner la bandera a media asta y dar el pésame a la familia Nisman. El ejercicio del poder también implica abrir el corazón ante una tragedia institucional que nos golpeó a todos.

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